Érase una vez, una niña muy pequeñita que se llamaba Aina. Su pelo era rizado y negro y sus ojos eran tan grandes como unas ciruelas. Su mirada parecía comerse todo aquello que miraba. Tenía unos zapatos rojos bastante grandes ya que sus pies eran más grandes de lo normal; y siempre llevaba camisetas de colores muy llamativos. Era toda una princesa, parecía una princesa payasa, por sus ojos, su zapatos grandes y la destreza que tenía para reírse con el mundo y con todo lo que viera. Tenía una sonrisa inmensa.
Estaba muy contenta porque era navidad y su pequeña cabecita estaba descansando de las carcajadas de los niños por sus constantes traspiés. Un día despertó, miro el sol y se acordó que era el día más mágico del año. Más mágico que el circo, más mágico que la música..
«¡¿Como puede ser que una torta de plástico negra, gire y suene música?!»Siempre se preguntaba con los ojos muy abiertos y las manitas en alto. Era magia… igual que lo era el día de los Reyes Magos.
Pegó un grito de alegría, se le escapó una ristita de emoción y corrió escaleras abajo a por sus regalos. Saludó a Lolo, su perro Peluchón, tan rápida como un águila y ¡llego al salón!. Para su sorpresa sólo había un regalo, diminuto, tan pequeño como un botón. Se quedó mirándolo muy fijamente con sus ojos ya casi como melocotones y se inclinó hacia el. Sus manitas temblaban de emoción, de curiosidad… Lolo se quedó mirándola… ella lo miró, y a su alrededor…inquieta como una tigresa en medio de su salón. Sólo tenía una forma de abrir, tirando hacia arriba, y hacia arriba tiró.
De golpe una nube cambio el color de la ciudad, Lolo se echo para atrás.
-¿Qué es eso? ¡No, no lo abras Aina!- Dijo, pero Aina no le escuchó. Lolo salió de la diminuta cajita una brillante y avivada libélula. Se le posó en la narizota a Aina y comenzó a volar..primero hacia la entrada hasta salir de la casa. Sin dudarlo y emocionados Aina y Peluchón la siguieron corriendo. Toda la calle, esquivando coches, farolas, niños, niñas que iban con sus juguetes nuevos, como ya sabéis los pies de Aina eran grandes. Os podéis imaginar el espectáculo que era.
– ¡¿Pero que lechugas está pasando?! ¡Yija! – Gritaba Aina con una sonrisota.
Finalmente llegaron, entraron en el bosque hasta encontrar un claro y una maleta diminuta, roja. Del mismo rojo rijizo rojísimo de los zapatos de Aina. Abrío la preciosa maleta; parecía ser de un payaso de circo muy antiguo y salió de ella un pequeño hombrecito con una chistera, un traje de frac y una carta que era más grande que él. Se la entregó y en la carta deciá:
«Quería Aina, somos Los Reyes Magos de Oriente. Te hemos estado observando todo este tiempo y nos hemos dado cuenta de que eres un ser inigualable. Tu destreza y tu facilidad para hacer feliz a la gente y hacer reír nos ha dejado tan sorprendidos que no hemos encontrado cosa mejor para ti que esto que encontrará encima de tu cabeza…»
Así, Aina miro hacia arriba y vio un traje de payaso, una nariz roja de goma y una puerta encima de un árbol.
Se puso su traje emocionada, su narizota y comenzó a trepar, con alguna que otra dificultad.
Al Abrir la puerta sonó una música de acordeón y millones de colores y formas empezaron a aparecer frente a sus ojos, francamente ya como sandías. Cuando consiguió enfocar se dio cuenta que estaba dentro de un circo lleno de bailarinas, payasos, trapecistas, funambulistas, hombres muy pequeños con chistera, mujeres extremadamente flexibles,… de golpe Aina se tropezó de la emoción con una torre de mazas de colores y de empezaron a caer al suelo poco a poco con una gran fuerza. Todo el mundo calló y miro hacia ella. Por unos segundos quiso que la tierra la tragara, que la fulminara un meteorito, que una nave espacial se le llevara de manera silenciosa… Pero la gente sonrió, se miraron entre ellos y gritaron:
– ¡¡Ya esta aquí!! ¡¡Ya ha venido, por fin!!-
La cogieron en bolandas, la abrazaron, le estrecharon la mano innumerables personajes; Aina no paraba de reír y no cabía en ella de la emoción. De hecho nunca más dejó de emocionarse y de hacer reír a niños y niñas en el Circo Ambulante. Viajaron por todo el mundo y consiguió ser una artista muy reconocida. Nunca dejo de amarse y de amar hacer feliz a todo el mundo, brillando en el circo y en la vida. Porque debéis saber que la vida es pura magia que consigue que caigan gotas de agua del cielo, que suene música de una cajita o que el mar parezca que no se acabare nunca…
Cuento escrito por :
Xiomara Wanden Berghe Cámara