Matilda y Manuela eran dos hermanas que nunca dejaban de pelearse. Dormían en la misma cama, pues venían de una familia muy pobre, se sentaban en la misma mesa del cole, comían del mismo plato y la verdad es que verlas era insoportable. Cuando una quería beber, la otra también y cuando una quería escribir la otra más todavía. No sabían compartir en absoluto a pesar de su condición.
Era como si fueran mellizas pegadas pero sin serlo pues una era más grande que la otra.
Un buen día fueron al tobogán del pueblo. Su subieron las escaleras, agarradas la una de la otra y justo cuando se iban a tirar les dijo un señor mayor.
“¡Oigan muchachitas! Al tobogán no se pueden tirar juntas y mucho menos enfadándose como están, ¡que tienen a todo el parque mirándolas del escándalo que están formando!,” Las niñas se callaron y se le sonrojaron las mejillas como dos manzanas rojas.
“Deben aprender a compartir sus cosas, sus tiempos y sus espacios” continuó el hombre, “No vale la pena discutir porque separadas de seguro que tampoco saben vivir”.
Esto último hizo que Matilda y manuela se miraran y se dieron un abrazo fuerte.
Desde ese día comprendieron que eran imprescindibles la una para la otra y que nada iba a separarlas y mucho menos ellas mismas.
Cuento escrito por:
Xiomara Wanden Berghe